domingo, 17 de mayo de 2009

Tiempos modernos

El sábado me despertó el timbre a las ocho y media. Era Claudia que venía a limpiar mi casa. Mi departamento no es grande, se limpia fácilmente en tres horas. A mí me llevaba entre cinco y siete y lo hacía en medio de brotes de obsesión a la noche.
Me levanté y fui a desayunar al bar de la vuelta con una amiga a la que me es difícil ver en la semana. Antes dejé la ropa en el lavadero.
Después fui a la masajista. Las nueve horas diarias de computadora se vengan implacables en mi espalda y casi no podía extender el brazo derecho. A la salida fui a esos lugares donde te miman, te hacen las manos, pies, depilación, etc.
A las cinco fui al gimnasio. Me gusta entrenar porque puedo poner la mente casi en blanco, fingir movimientos de combate y administrar dosis de adrenalina y sudor que no serían oportunos en ningún otro lugar público. A veces, hasta que me dejan golpear algo.
A la noche no quería cocinar y llamé a la rotisería. Además quería comer algo rico y soy pésima cocinando.

A la tarde, mientras volvía en taxi a casa antes de que cerrara el lavadero, pensaba que hace pocas generaciones, todos estos pequeños actos se hubieran visto como lujos orientales. Además me hubieran tachado de mala mujer o lisa y llanamente de inútil. Puedo limpiar mi casa y la ropa. Puedo caminar, puedo prepararme la comida. Si mi vida dependiera de la recolección o de un trabajo físico, no necesitaría el gimnasio, ni la masajista.
En la ciudad hay una trama de actividades auxiliares que suplen la incapacidad de vivir una vida más simple.

También pensaba que otro sábado como este y no llego a fin de mes.

jueves, 14 de mayo de 2009

CV

Creo que los amigos reflejan distintos aspectos de nuestra personalidad.
Mis mejores amigas, de acuerdo a mi eterno balanceo, son completamente distintas a mí y entre sí. A veces pienso que estoy en el punto medio entre las dos, haciendo equilibrio, tratando de averiguar quién soy.

V. es impetuosa e insegura a la vez. Fluctúa peligrosamente entre la alegría luminosa, la sonrisa permanente y la tristeza más oscura. Se entrega completa a cada desafío que emprende y se sorprende, como la primera vez, ante cada desengaño. La quiero porque contagia energía, me hace sentir sexy y divertida. Es quien me tuvo de la mano en las peores horas de mi vida y me acompañó a festejar cuando todo estuvo bien. Me escucha, me habla, y aunque yo jamás le vaya a hacer caso, me aconseja lo mejor. Necesita que la cuiden y le expliquen que vale mucho más de lo que cree. V. me impulsa a saber quien quiero ser y a animarme a serlo.

C. es mi faro en medio de las tormentas. Es inteligente, cálida y estable. Me recibe en su casa cuando estoy al borde de la caída y me escucha con paciencia. Es mi mejor consejera, la voz de mi consciencia. La quiero porque prepara la mejor pizza del mundo, y porque me presentó a Jane Austen. Compra cosas a cuanto vendedor ambulante se cruce en su camino y sabe todo sobre las novelas brasileras. Es incondicional, aunque quererme implique abandonarme. Estar con ella es estar rodeada de risas, canciones y dibujos. Es la que me impulsa a ser mi mejor versión.

V. Es mi contacto con un mundo que nunca me voy a animar a conocer.
C. es mi contacto con un mundo que quiero tener ganas de conocer.

Son partes de mí y a la vez son ajenas. Una me espera del otro lado de la cuerda. La otra me espera sosteniendo la red.Las quiero con todas mis dudas y mis certezas, a la mañana y a la noche, con todo mi corazón.