viernes, 17 de abril de 2009

Demostración práctica sobre el karma

El sábado tuve oportunidad de ver de cerca cómo funciona esto del karma.
Es sabido que yo nunca creí en todas esas cosas: a duras penas puedo lidiar con lo visible, ni pensar en lo otro. Sin embargo, no le veo otra explicación.
La fiesta terminó de golpe (o no tuvimos ganas de ver venir el final) y había que volver a La Plata. Llamé un remisse y le dejé mi número de teléfono para que pudiera ubicarnos más fácilmente. Hasta me pareció práctico.
El anfitrión, preocupado por nuestro grupo, y para que no esperáramos más, le pidió a Psicópata y a su novia si podían llevarnos a Mari y a mí al centro. Nos ahorrábamos el viaje desde Villa Elisa, que es algo caro, y no teníamos que esperar más al chofer.
Llamé al señor remissero para decirle que no viniera pero no me contestó, la novia de Psicópata quería que nos fuéramos rápido, Mari –con un poco de alcohol y mucho de espuma encima- quería irse, los mozos levantaban los últimos manteles, el sol estaba saliendo, todo se aceleró, y sí… sucumbí. Sucumbí a la facilidad, a la desconsideración con ese pobre remissero, (que además tenía mi número de celular), a la comodidad de no tener que discutir a las seis de la mañana, y a la conveniencia de irme antes de que me siguieran viendo con la pintura corrida, patética con el centro de mesa en las manos a plena luz del día. Me rendí cobardemente, apagué el celular y me subí al auto de Psicópata.
Mal, lo sé.
Y aquí es donde les digo que aparece el karma. O la justicia poética, no lo tengo claro. El caso es que Psicópata, evidentemente, también había sucumbido, accediendo a llevarnos a pesar de no tener ganas, y decidió salir del molesto problema (léase Mari y yo), en el menor tiempo posible. Hicimos el trayecto que lleva 30 prudentes minutos en 15.
Psicópata:
Entonces ¿a dónde van?
Moni:
Vamos al centro, dejános donde puedan y nos tomamos taxi.
Novia de Psicópata:
Pero, ¿a dónde van?
Mari:
Ella a calle 44 y 99, yo a 22 y 11. Pero dejanos donde puedas y nos arreglamos.
Psicópata (interrumpiendo a la novia):
Grrr
Visible e incomprensiblemente molesto, Psicópata aceleró.
Empezó a maniobrar como si en vez de C4 tuviera el Max5, a doblar a 90° como en un videojuego, a pasar todas las lomas de burro a 150 km/h, hasta se subió a la división de carriles al tomar el Camino Centenario. Pensé que nos matábamos. Casi lo deseaba porque era lo que Psicópata y la tonta de la novia se merecían, pero claro, yo también estaba ahí. Mari me buscaba la mirada, probablemente para convenir en silencio abrir las puertas y tirarnos en la próxima curva. No pude mirarla, no dejaba de repetirme que eso estaba pasando por mi culpa, y que el remissero seguramente tenía algo que ver. Encendí el celular, tenía un mensaje de voz y otro de texto. Espantada lo volví a apagar. Ya no podía llamar ni al 911.
Psicópata, decidió cortar el clima tenso sintonizando la radio hasta una estación de música clásica. Me teletransporté a un campo de concentración donde el General Psicópata nos enviaba a las duchas con El anillo del Nibelungo de fondo. Psicópata me sacó del ensimismamiento:
Psicópata:
Entonces ¿dónde viven?
Mari:
Bueno, yo vivo en 22 y 11, pero…
Psicópata:
¿Y ella por qué dijo 44 y 99?
Moni:
Porque no vivimos juntas…

Aceleró aún más, subió la música y se dedicó a pasar semáforos en rojo y a esquivar autos por centímetros hasta la esquina de mi casa, previa puteada y volantazo por haberse pasado.
No sabía si agradecer, pero bueno, lo estaba intentando, cuando Psicópata se dio vuelta, miró a Mari (que seguía lejos de su casa) y ni siquiera evitó la grosería final:
Psicópata:
Yo de acá voy a mi casa en 111 y 333, ¿vos te bajás acá o vas a venir con nosotros?
Mari, que aún con el peinado, el maquillaje y el vestuario arruinados por la espuma es una dama, contestó sencillamente:
Gracias, y perdón por las molestias
Y dignamente bajó. El auto arrancó antes de que cerráramos la puerta. Sinceramente, creo, (y deseo) que después del alcohol, las horas de baile, y el cansancio, salvo que haya tenido sildenafil, no debe haber podido hacer nada con su novia.
Igual no lo quiero desear demasiado, por si se revierte y tengo empezar a preocuparme yo.
Al otro día, descubrí más mensajes del remissero. Decidí pagarle el viaje. Por las dudas. Esto de la compensación cósmica parece ser una cosa seria.

1 comentario:

Cintia dijo...

Esas cosas suceden, y es peor cuando encima hay que pagarles.